Reseña: Los Caimanes
Conocimos a Adolfo Flores hace ya muchos años. Unos cuantos más de los que hemos tardado en editar este disco. Eran los últimos años de la década de los ochenta. Una época en la que en Málaga había una buena explosión de talento musical y nosotros fuimos allí buscando bandas que se salieran de la honda estela que estaban dejando Danza Invisible. Por la tienda de discos que habíamos abierto empezó a pasarse un jovenzuelo con chupa de cuero que tenía toda la pinta de estar saltándose las clases del último curso del instituto. Se pasaba largos ratos allí, rebuscando entre los vinilos y, según le fuimos conociendo, nuestras mentes cambiaron de pensar que igual nos afanaba algún disco, a creer que ese zagalote sería un personaje importante en el panorama musical malagueño  en las siguientes décadas. Los años han pasado, pero todavía hay música en su Motel Caimán todas las noches.
A partir de ese punto comenzamos  a hacer cosas juntos. Primero con su banda del momento, Extraños Aquí, luego con Los Caimanes. Grabaciones, conciertos y giras que concluyeron con la edición de uno de los discos, para mi gusto, más interesantes que se han editaron en esos años en España: “Amor Veneno y Laca de Uñas”. Este fue el álbum debut de Los Caimanes.
Treinta años va a hacer ahora que sacamos  ese disco. Unos meses más tarde, teníamos ya el segundo listo. Lo que sucede es que lo hemos ido dejando de un día para otro, y al final nos ha cogido el toro y se nos va a juntar con el treinta aniversario.
Si te gustó “Amor Veneno y Laca de Uñas”, con este te vas a relamer. Diría que es su tercera cara. Seis canciones en el más puro estilo “caimán” con guitarras altivas y protagonistas acompañadas por letras que estrechan al límite la frontera entre el amor y el odio (golpes dulces para mi corazón…dime adiós y que tu cuerpo divino lo disfrute algún cretino), que siempre tienen en cuenta la ardua competencia que hay en el arte de la seducción  y, por supuesto, siempre mirando y añorando el sur  y sus noches de verano, buscando el sol y huyendo de la lluvia siempre.
Y como guinda una versión de Ruby Thuesday, una de mis canciones favoritas de los Stones.
A pesar de lo treinta años, suena actual. Seguramente porque el rock genuino no se hace viejo